Un puesto de liderazgo no es lugar para gente inculta o no informada. La ignorancia es la causa de muchos problemas.
No se puede llegar a tal puesto con la idea de aprender todo desde un punto cero. El aprendizaje es indudablemente constante, pero ya es necesario tener buenos conocimientos fundamentales para poder ejercer eficientemente un cargo que implique algún tipo de responsabilidad.
Por ello, las responsabilidades deben ser delegadas en los líderes de manera acorde a su experiencia.
Winston Churchill, Dwight E. Eisenhower y otros grandes estadistas, antes de ocupar los puestos de primer Ministro y Presidente, respectivamente, ocuparon una larga serie de cargos y cometieron también sus errores, pero cuando llegaron a ocupar dichos puestos, ya contaban con una enorme experiencia.
Por otro lado, líderes como Idi Amin, Mussolini o Stalin se han destacado por su autoritarismo y obstinación, por no mencionar los desastres humanos que causaron o de los cuales fueron responsables. En estos tres casos se puede apreciar algo en común, y es el escaso grado de cultura y educación que poseían estos individuos.
Antes de pilotear un avión para 500 pasajeros, un piloto aprende a volar aviones más pequeños. Antes de efectuar una operación quirúrgica en el corazón de un paciente, un médico aprende a operar un dedo de la mano, o la vesícula de muchos pacientes.
Muchas sociedades en estadios intermedios de evolución seleccionan a sus líderes basándose únicamente en su popularidad y carisma. Parecería ser que la política y el arte de dirigir personas son actividades en los que se cree que ninguna preparación es necesaria.
Así es como han surgido en Latinoamérica, por ejemplo, líderes como el ex Presidente Bucarám, en Ecuador, y el ex Presidente Menem, en la Argentina. En ambos casos, se trató de líderes frívolos y corruptos que, sin haber hecho todo mal durante su gestión, han dejado un sabor bastante amargo en boca de sus conciudadanos.
Es indudable que estas personas poseen un talento natural y una cierta capacidad para liderar. Si bien existe dicho talento natural, este debe ser dirigido de modo apropiado. Los líderes natos sin una idea clara de a dónde y cómo piensan llegar son como los atletas talentosos sin un entrenador adecuado.
Por otra parte, el aprendizaje debe continuar aún cuando el líder está ocupando un puesto de responsabilidad para prepararse de esta manera para nuevas eventualidades.
Hay algunos autores cuyos textos son particularmente reveladores en lo que se refiere a las habilidades necesarias en un líder y la necesidad de mantener un hábito de estudio. Tanto Maquiavelo como Sun Tzu han puesto mucho énfasis en este punto.
Liderar no es un juego, y debe hacerse tomando en cuenta muchos criterios. Hay cuestiones de carácter subjetivo, como las cuestiones morales y los deseos de la gente liderada que no pueden ser dejados de lado, y por otra parte, hay cuestiones técnicas que también deben considerarse.
Es por ello que un líder debe ser capaz de sopesar todos los factores, negociar y llegar a soluciones balanceadas que conformen a la mayor porción posible de los afectados. No es posible liderar por mucho tiempo sobre la base del descontento, aún si se posee un gran respaldo inicial, y aún si la situación puede definirse como una emergencia.
Este concepto justamente, es muy empleado por líderes incapaces que intentan justificar sus actos: las emergencias, las coyunturas y las crisis son cosas momentáneas, y si un líder insiste durante un tiempo demasiado prolongado en que la sociedad u organización que pretende gobernar se hay en una crisis constante, lo que está haciendo en realidad es intentar justificar su incapacidad para resolver los problemas que debe resolver, o bien, está intentando obtener atribuciones y poderes que de otro modo no obtendría, apelando a la necesidad y urgencia de la situación.
Hablar de necesidad y urgencia en términos de liderazgo, si se transforma en un concepto manipulado con frecuencia, es una actitud insincera de los líderes hacia los subordinados, pues o bien no están reconociendo que no tienen capacidad para resolver la situación, o bien están intentando obtener las atribuciones antes mencionadas.
En ambos casos, tales líderes mienten, son insinceros, no confiables, y además, incapaces.
Las sociedades y las organizaciones deben buscar líderes mejor cultivados, más imaginativos y más confiables en estos casos.
Lo peor que puede tener una organización o sociedad en material de líderes son individuos con poder que no sientan amor por el conocimiento. Las sociedades que han logrado algún lugar en la historia siempre se han destacado porque su florecimiento económico, político y militar también estaba acompañado por un florecimiento cultural.
No es casualidad que la cultura árabe se expandió por el Mediterráneo militarmente hacia fines del primer milenio, mientras que en ciudades como Damasco surgían centros culturales y de investigación. No es casualidad que Roma se convirtió en un imperio al tiempo que desarrolló nuevos conceptos organizacionales como el estado de derecho, el senado, y una organización militar formal.
No es causalidad que Inglaterra o los EE.UU se hayan convertido en nuevos imperios, al tiempo que sus universidades son las mejores del mundo.
No es casualidad que empresas como IBM o Microsoft ocupen el lugar que poseen en la industria mundial, pues al tiempo de convertirse en gigantes comerciales, también han desarrollado sus propias tecnologías y centros de investigación.
Por ello, ya sea a nivel de una nación, de una empresa, o de una organización cualquiera, el conocimiento es fundamental para poder progresar. Los grupos humanos que no presten atención al conocimiento, y no lo busquen acrecentar, están hoy por hoy destinados a fracasar.
Los líderes deben ser siempre un reflejo de sus organizaciones y viceversa. Por consiguiente, un líder debe ser una persona cultivada y que busque cultivarse. Los puestos de liderazgo no son lugar para quienes prefieran una alpargata a un libro.