Notas sobre el feminismo

Must Try

Aquí va una pequeña historia: El jueves, mientras daba mi clase de metodología, mis alumnos de preparatoria me preguntaron acerca del feminismo y yo, a la mayéutica les volteé la pregunta. Resulta que NADIE, ni uno solo pudo darme una idea más o menos certera de lo que era el feminismo, por lo que hacer la pregunta ¿estás de acuerdo con lo que el feminismo promueve o en desacuerdo? era absurdo. Primero, mi sorpresa: en la época de la información y en un salón de 30 personitas de 18 años nadie sabía nada del feminismo -sin decir que, por supuesto, tampoco es un tema “muy de su interés”-, sin embargo, cuando me tocó responder a mí, tampoco pude decir más allá de lo obvio: que se trata de mujeres y busca un mejor posicionamiento, revaloración de las mismas y su equidad con sus homólogos masculinos.

A decir verdad, comprender el movimiento feminista no resulta tan sencillo incluso para los que estamos inmersos o tenemos conocimientos de ciencias sociales, filosofía, antropología e historia y que no procuramos estar al tanto o profundizar en la teoría de género. La primera dificultad que encontramos es lograr definir al feminismo, pues “cualquier definición de enciclopedia sobre el feminismo (…) nos diría que este movimiento actúa contra la opresión masculina sobre la mujer en todos los ámbitos, afirmando que la dominación secular que padece (…) surge (…) de una amplia gama de estereotipos relativos al sexo sobre los cuales se ha cimentado la desigualdad” (Larrumbe 2002: 93); esto puede ser verdadero, pero no suficiente, el tema amerita una inmersión que revele las dimensiones que contiene el movimiento y las consecuencias de las mismas.

¿Cómo es posible que el feminismo a) posea una identidad unitaria (un tipo ideal de lo que es ser mujer y lo que se merece por ello), sin ser excluyente con aquellas mujeres que no quieren pertenecer a ese tipo ideal y b) cómo se logra la unidad si se admiten todas las diferencias (o en dado caso, cómo se eligen las diferencias a admitir)? Cada uno de estos puntos coinciden con dos manifestaciones feministas diferentes: el feminismo de la igualdad y el feminismo de la diferencia o multicultural, respectivamente. El presente trabajo pretende problematizar los asuntos manifestados con anterioridad, a saber, las implicaciones que tiene el esencialismo en el que cae el feminismo de la igualdad -siendo la exclusión la principal consecuencia en este caso- y las implicaciones propias del feminismo de la diferencia, cuyo problema principal parece ser que cuando se aboga por la diferencias hay que incluirlas todas o gran parte de ellas.

Quienes defendían la igualdad veían la diferencia de género como un instrumento de la dominación masculina. En su opinión, las injusticias fundamentales del sexismo eran la marginación de las mujeres y la mala distribución de los bienes sociales. Y el principal objetivo de la igualdad entre los géneros alcanzar una participación y redistribución igualitarias. (Fraser 1995: 40)

La primera ola feminista como movimiento constituido azotó el mundo en el siglo XIX (aunque en los años 1700 ya había algunas manifestaciones, enmarcadas por la Ilustración y las ideas enciclopedistas del s. XVIII), “lo que en EEUU fue denominado primera ola del feminismo, que posteriormente influyó en el resto de los países, defendía la igualdad de derechos y de oportunidades”(Puigvert 2001; 166), la lucha se llevaba a cabo en los ámbitos legales y políticos, -éste último reducido en un primer momento al derecho de participar en la democracia- cuyo logro emblemático fue el voto femenino, y por qué no decirlo, también económicos, en tanto que se buscaba el derecho a trabajar fuera de casa. Los logros de este primer grupo feminista, que abarca desde inicios del movimiento hasta la década de los 60´s y 70´s como ala dominante -todavía encontramos manifestaciones en la actualidad-, iban dirigidos a “crear una conciencia femenina mediante la organización de grupos de concienciación e instituciones sólo de mujeres. Buscaban la cultura de la mujer autónoma”(Ibid. 171), mujer que busca la paridad respecto al hombre, pues como menciona Marta Lois “La equiparación de los sexos ha sido el principio que ha articulado las vindicaciones del feminismo de la igualdad”(Lois González 2002: 163), de lo que resultó que la igualdad se midiera también, en términos masculinos puesto que “Como centraron tanto su objetivo en reivindicar para ellas lo que ya formaba parte de la vida de los hombres, fueron quitando valor a la diferencia entre lo masculino y lo femenino. Identificaron toda forma de coquetería con debilidad y sumisión, cualquier interés por estar `sexys´ con dependencia y sometimiento a los deseos del hombre. Creían que su masculinización les aportaría todo lo que deseaban”(Op. Cit: 173). El resultado de este prejuicio fue la implementación de un “tipo ideal de mujer”, según el cual, de lo que se trataba era de trabajar fuera de casa, puesto que permanecer en ella como ama de casa exclusivamente era reflejo de una vida de sumisión, de usar pantalones y dejar de lado las estupideces de peinado, maquillado, coquetería, escote, falda, modales delicados, que eran reflejo de una mujer tonta, una vez más sumisa, sin aspiraciones de ser tomada en serio y que se presenta como objeto del sexo masculino. Imposible que una mujer así lograra su autonomía. Se marcaron las pautas para ser una mujer y la tarea del movimiento feminista era concienciar a toda mujer para que se dirigiera a ser eso. El problema es que quien no se sintiera identificada con esa imagen quedaba fuera del movimiento. Esto no sería problema alguno si el movimiento no pretendiera ser la voz de la colectividad femenina. Veámoslo de esta manera: el feminismo representa y lucha por la mujer, pero ¿quién o qué demonios es la mujer? Aquella que corresponde al tipo ideal mencionado ¿y las que quedan fuera? Son una vergüenza para las que están adentro, reproductoras de la dinámica con la que se intentaba romper; en otras palabras “o te aclimatas o te aclichingas”.

Paradójicamente lograr la igualdad con respecto a los hombres obligó a que se impusiera, como primera condición, la igualdad entre las mismas mujeres. Si antes el campo de acción femenino era restringido por la sociedad machista y su cultura, ahora el campo de acción estaba determinado por las mismas mujeres, pero determinado al fin; se pasó de no poder elegir a tener que elegir lo mismo. Éste es el costo de la unidad del movimiento.

La cuestión es que aclimatarse así por nomás no es tan sencillo, aquí es donde el contexto pesa. Todo suceso está determinado por una coyuntura que se presenta en el medio; sentir la inmediata importancia de lograr el derecho al voto femenino estuvo mucho más alimentada en una sociedad occidental, surgida en los albores de la Ilustración que en una sociedad oriental o africana, por ejemplo. Así, que por más que se quisiera, la condición inicial de todas las mujeres no era la misma, la realidad ni ofrecía lo mismo para todas ni permitía lo mismo tampoco, de manera que pretender entablar un diálogo que correspondiera a todas las fracciones del género es pedir más de la cuenta y que “al considerar a todas por igual, rechazaba asumir que la mayoría de las mujeres están excluidas de los debates que sólo generan algunas”(Ibid. 163). En el texto ya mencionado de Lídia Puigvert se inicia con un ejemplo: En septiembre de 1999, en una convención de un par de asociaciones de mujeres, una de las conferencistas se apropió de la voz de todas la presentes y externó su opinión como si fuera la de todas -por lo menos eso fue lo que sintieron las mujeres-; las más indignadas: las “amas de casa”, que se sintieron excluidas de todo discurso y reivindicación feminista. La mujer que levantó la mano para iniciar el debate “defendía su derecho a dedicarse a la casa y pedía no sólo que las feministas no la acusaran de ello, sino que no la excluyeran”(Ibídem) , la respuesta de la ponente fue “aquí todas somos amas de casa”. Reproduzco la intervención de Sara, una de las participantes, según el texto de Lídia:

 (…) mira qué bien, es verdad que todas somos amas de casa pero vamos a ver, hay amas de casa y amas de casa. Seguro que la que estaba en la mesa de allí si se iba a su casa seguro que tenía una persona que le había hecho la faena durante la mañana, si tenía hijos se los había ido a recoger y si había tenido que ir a la compra, o lo había encargado por teléfono a unas grandes superficies que suelen ser más caras que no se mira una peseta, es decir que tenía la vida solucionada de todas las… aunque fuera ama de casa porque estaba casada y tenía hijos si a eso llama ama de casa, pero seguro que la que estaba donde el público la noche anterior había tenido que dejar la cama hecha, había tenido que ir a comprar, si tenía diferentes horarios de comidas de marido e hijos a lo mejor había tenido que dejar dos comidas diferentes,… y seguro que cuando fuera de allí no se acostaría, tendría que ir y recoger la casa… y no se acostaría en el momento. Por lo tanto todas somos amas de casa pero no todas las amas de casa tenemos el mismo trabajo. Ni el mismo trabajo ni la misma remuneración. (…) es muy bonito decir todas somos amas de casa, pero hay… muchos tipos de amas de casa (Sara -Participante en EA)

Bueno, me parece que la señora tiene razón. Que el esencialismo en el que cae el feminismo de la igualdad anula la necesidad de tomar en cuenta las condiciones y situaciones específicas de algunas, quiero decir, de la mayoría de las mujeres. Otra paradoja es que terminan excluyendo a aquellas que iniciaron por reivindicar.

Hacia finales de la primera generación de feministas la agenda del movimiento se había ampliado bastante, el discurso y las prácticas abarcaban temáticas como el cuerpo, el sexo, el género y la sexualidad, sin embargo, las dificultades son similares. Aun así, la importancia de abrir la agenda a estos nuevos fenómenos presentaría otro camino del feminismo.

Cuando sólo vale el “todo vale” se acaba diciendo que tanto da estar en el parlamento como hacer calceta. Y cuando se destiende la tensión que sostenía -si bien no siempre con coherencia, desde luego- las abstracciones universalizantes de la modernidad -autonomía, individualidad, igualdad- emergen por evocación las imágenes más arcaizantes asociadas a la simbólica de los géneros, de dudoso o nulo interés emancipatorio para las mujeres (Amorós 1997: 368)

Debido al auge y la liberación sexual de inicios de la segunda mitad del siglo XX fue necesario replantearse los problemas en torno al cuerpo y las prácticas sexuales y con esto resurge un nuevo discurso que admite la sexualidad femenina como un protagonista más (una protagonista más, habría de decir) en las prácticas sexuales, el placer y la identidad, el cuerpo femenino, con toda su descarada feminidad se volvió herramienta de expresión y de lucha.

Por otra parte la multiculturalidad y el inicio de la información masiva también fue determinante para ampliar el parámetro de las condiciones de las mujeres al rededor del mundo así como de sus necesidades y por tanto, de su lucha. Empezaron a salir a flote de forma abierta la lucha por los derechos de otras minorías, entre ellos los homosexuales y a su vez, entre éstos, las lesbianas; madres solteras, divorciadas, etcétera. Empezaba a acentuarse la diferencia como tesoro dentro de la lucha hacia el reconocimiento. Esta es la segunda generación, también identificada con el feminismo de la diferencia.

Una vez más, hacia afuera el feminismo de la diferencia defiende una identidad distinta a la del hombre, ya no quiere igualársele, sino que precisamente porque no es igual, vale; hacia dentro también se busca la diferencia, ya no hay tipo ideal, ya se asume como dentro del discurso a cualquier mujer sin importar sus prácticas, su apariencia, sus creencias…

Hacia el exterior de su alrededor el “renovado «feminismo de la diferencia», significa que las feministas de cada cultura deben reexaminar sus propios compromisos y objetivos a la luz de las perspectivas producidas por las feministas de otras. De este modo, es más sencillo reconocer los propios límites y prejuicios de las propias creencias y asunciones”(Lois González 2002: 164), sin embargo la apertura del renovado movimiento feminista no evita los roces que implica el multiculturalismo, puesto que el respeto a “los derechos de grupo” presupone en ocasiones la opresión de las individualidades, en gran medida de las femeninas.

Por otra parte, la exclusión sigue estando presente en esta segunda generación, pero en un plano diferente, acaso igual o más grave que en el primer caso, pues al reconocer únicamente las diferencias se sigue el mantenimiento e incluso el aumento de las desigualdades. El movimiento carece de unidad y se vuelve cuestionable cuál es el parámetro de identidad colectiva, puesto que es la condición de la cual surgen los movimientos sociales, ¿quiénes somos las mujeres que buscamos reivindicación? Y ¿qué se entiende por ser mujer? ¿Qué es lo que tenemos de similar entre nosotras para unirnos y luchar si la similitud no es lo valioso sino la diferencia? ¿La vagina, la opresión? ¿Opresión a qué, si ni somos el único grupo oprimido ni padecemos de las mismas opresiones?

Como últimas consideraciones me gustaría decir que:

  • No soy antifeminista. Agradezco los avances logrados y creo en bastantes de los anhelos que se tienen.
  • Tampoco soy una experta en teoría de género y discurso feministas. Pero, mis inquietudes son esas. Si alguien quiere leer a “los buenos” en esta materia, empiécenle a buscar por otro lado, que dejamos claro que nosotros somos aficionados y miserables.
  • Aquello de que las feministas son mujeres descuidadas y feas es falso. Tampoco es cierto que las rubias y las chichonas son tontas. De todo hay en la viña del señor, si no lo ha aprendido todavía, los dos mil años de historia cristiana no han valido para un carajo o no han pasado por usted (Siéntase orgulloso si su caso es el segundo, pero no sea retrógrada).
  • Respecto al contenido, recordar que cuando hablamos de feminismo, hablamos de feminismos. Ni el feminismo de la igualdad ni el de la diferencia son los únicos existentes, hay grupos radicales, liberales, comunistas y hasta cristianos de feministas, para éstas dos me alcanzó en esta ocasión.

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