Personas que odio

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Hay un tipo de persona que odio. Sin medias tintas. Que desprecio con toda mi alma.

Son aquellas que tienen la poca vergüenza de creer que la vida personal de sus trabajadores, que su tiempo libre y que su estado de ánimo les pertenece. Son aquellos que no soportan que entres a trabajar con una sonrisa, que te vayas a tu hora si tu trabajo está hecho, y por supuesto ya no hablamos de si eres madre, eso ya es droga dura.

Este perfil de jefe, que para empezar no sabe hacer equipo ni tiene idea de motivar y dar ejemplo a los demás, sigue existiendo a día de hoy y amargando la vida a todo aquél que tiene la mala suerte de caer en sus manos.

Son personas normalmente sin ningún tipo de vida personal: sin familia, sin amigos, sin aficiones…y por lo tanto no alcanzan a comprender que el resto conciban su trabajo como lo que es: un trabajo, no tu vida entera.

Es impresionante que alguien no comprenda que una madre y un padre tienen una primera y sacrosanta obligación, que es cuidar de sus hijos y por supuesto tratar de disfrutar de ellos al máximo. Es la más maravillosa de las obligaciones, lo que da sentido a nuestra vida, lo que nos mueve y lo que nos conmueve.

Por eso no puedo sentir más que desprecio por aquellos que han olvidado que una vez fueron muuuy pequeños, y que sus madres y sus padres también los cuidaron.

Es bien lamentable, y desgraciadamente bastante habitual, ver cómo carreras consolidadas (más de nosotras que de ellos, pero de todo hay) llegan a un punto de no retorno porque oh drama! viene un bebé de camino.

Simboliza lo peor de nuestra sociedad y significa tener una visión muy cortoplacista. No hay trabajador más motivado que aquél que sabe que puede atender a sus hijos, porque de esa manera sólo tiene que preocuparse de realizar su trabajo.

Cuidar de los tuyos y de ti mismo no te hace mal trabajador, todo lo contrario. Y lo digo con todo el conocimiento de causa.

Por eso cuando has pasado por una situación de este tipo, es una enorme recompensa personal y profesional  darte cuenta de que ese tipo de jefe no es normal, ni moral. Existe otro mundo en el cual se te respeta por tu trabajo, sin importar cuándo, dónde o cómo lo has realizado. Menos sangre, sudor y lágrimas, y más sonrisas, educación y profesionalidad.

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