Retrato del clásico adolescente

Must Try

Suelen ser estas fechas por las que conocemos la película de moda del año. El año pasado fue por septiembre/octubre cuando todos los medios de comunicación existentes nos gritaron a la cara que debíamos ver Gravity, que asistir a su estreno en una pantalla grande iba a ser un acontecimiento imprescindible en nuestras vidas del que hablaríamos por los años venideros. Podría irme más lejos en el tiempo, pero ya con el paralelismo hecho procedo a descubrir al insensato que aún no se haya percatado que el fenómeno cinematográfico del año se llama Boyhood, es de Richard Linklater y está regida por una enorme peculiaridad, que a estas alturas tampoco será desconocida.

Esta peculiaridad de rodar el film en 12 años, con una semana de metraje en cada uno de ellos, ha sido de lejos lo más publicitado, estableciendo un paralelismo entre el desarrollo del actor encargado de dar vida al personaje protagonista y su papel en la ficción, algo que en España también podríamos hacer con la vida de Carlitos Alcántara escogiendo extractos de Cuéntame. El objetivo de la película es reflejar el paso de la infancia hasta la edad adulta de la forma más natural posible, objetivo que consigue con creces. Pero el principal error de publicitar la elección de Coltrane y referirse a su crecer en pantalla es no tener en cuenta que el resto del casting también está creciendo con él, y probablemente sea una de las aportaciones más brillantes de Boyhood. Es evidente que ésta se sustenta en la vida del chico, y por ende en su visión de la vida, con el prisma que el espectador enfocará la película, brillando su sutileza para tratar los problemas cotidianos con la nubosidad propia de la edad de un preadolescente. El chico no acaba de entender al completo como funciona todo y así es como debe verlo el espectador. Pero en Boyhood también podemos asistir al paso a la madurez de su familia: nos insinúan que se divorciaron poco más tarde de nacer nuestro personaje protagonista, dejando dos hijos pequeños (siendo este el menor) cuando sus padres deben rondar la treintena, por lo que la historia les diferencia en su crecer. Vemos como el padre prorroga su adolescencia, desaparece sin dar explicaciones y va dando pasos hacia la madurez propia de la edad adulta. También podemos ver los saltos de la madre, buscando seguridad de marido en marido hasta al final comprender que no hay mayor seguridad que la de uno mismo. En definitiva: no solo asistimos al reflejo de la vida de un chico, sino también de toda su familia, siendo partícipes de la perspectiva de su inocente visión, su propia burbuja.

Con todo esto, Boyhood se desarrolla con total naturalidad, siento tan cotidiana como la vida misma. Una mirada escéptica y crítica del film pensará que en este no ha pasado gran cosa, cuando en realidad ha pasado todo lo importante. Cuando acometí su visionado pensaba que simplemente quedaría en un reflejo de cada una de las épocas de la vida, para ser en realidad un paso de los momentos más importantes de la vida de un chico, aquellos puntos vitales que te cambian la forma de mirar las cosas. Esa conversación con tu padre en la que te pareció el mayor superhéroe que pueda habitar el planeta Tierra, esa discusión de tu madre donde el mundo parece caerse abajo, esos primeros contactos con esa chica que te despierta no-sé-qué cosa… sucesos que simplemente están ahí. Y ahí radica el mayor encanto del film: el espectador es totalmente partícipe de estos momentos. Los siente, se revuelve en el asiento, vitorea a nuestro protagonista cuando hace su primer pleno en una bolera después de cabrearse en los anteriores intentos cuando no lo conseguía. Boyhood ofrece una oportunidad inigualable de dejarse emocionar por un film. Es muy fácil sentirse representado, sobre todo a los que rondemos la edad del chaval, 5 años arriba o 5 años abajo: muchos momentos nos resultarán terriblemente familiares: tanto en sus guiños actuales (el último libro de Harry Potter, el vídeo de Telephone de Lady Gaga…) como en el mismo devenir de su vida. Y al no solo reflejar el crecimiento del chico sino de todo su círculo, nuestra órbita familiar también se sentirá bastante representada. ¿Existe virtud mayor en un film que sentirte emocionado por este?

No quiero ni mucho menos sonar petulante y que por ello el film suene así: no quiero hacer caer al lector en el error de esperarse algo tan pretencioso como complicado A.K.A. aburrido de ver. La belleza de Boyhood reside en su sencillez y naturalidad. No existe otra visión para acometer algo tan pretencioso y difícil como reflejar la existencia en un film que haciéndolo fluir de forma natural, sin alardes, sin pretensiones maniqueístas y sin querer jugar con el espectador. La película se pasa volando, incluso los espectadores más inquietos no mirarán el reloj hasta bien pasadas dos horas de sus casi tres de duración.

Así que sí: Boyhood es maravillosa. Vayan a verla, con cero pretensiones, y mucho menos con prejuicios. No se alarmen si les parece algo complicado de ver, o si no están acostumbrados a lo que sus ojos presencian. Boyhood es una de las experiencias más bonitas que nos haya brindado el cine en los últimos años. Déjense llevar por ella, busquen sobrecogerse, crecer con el chico, olvidarse de la hora. Esta película hace algo tan difícil como reflejar el tiempo en la pantalla, y presenciar algo tan intangible como la existencia de la forma más natural posible es algo que muy pocas veces podremos ver con tanta calidad. Vean Boyhood: es preciosa.

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