El miedo

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“El miedo llamó a la puerta, la confianza abrió y fuera no había nadie”. Proverbio chino

Según la mitología griega, Deimos (dios del temor) es uno de los hijos de Venus (diosa del amor) y Marte (dios de la guerra). Por tanto el temor nace de la unión del amor y la guerra; y es cierto que en el momento que amamos o queremos algo, surge el temor a perderlo y ese temor se expresa en forma de miedo.

El miedo es una de las emociones básicas y por tanto tiene un papel muy valioso en nuestra supervivencia, ya que nos advierte de peligros y genera una reacción de mayor prudencia que nos hace tener en cuenta los riesgos antes de actuar. El “miedo sano” nos hace buscar alternativas de acuerdo con la realidad.

Podemos tener distintos tipos de miedos, los más frecuentes son: miedo a la muerte (expresión del temor a perder la vida), miedo a la enfermedad y sufrimiento (expresión del temor a perder la salud y el bienestar, a la pobreza (expresión del temor a perder lo que tenemos), etc…

Todos los tipos de miedos se manifiestan con los mismos síntomas, con escala de intensidad diferente, pero siempre los mismos: aumento de la frecuencia cardiaca, aumento de la frecuencia respiratoria, nerviosismo e inquietud internas, necesidad de salir corriendo y en los casos más extremos como el pánico: bloqueo, inmovilidad e incluso, puede haber relajación de esfínteres.

El pensamiento repetitivo de una experiencia a la que se teme (sea real o no) es como una espita de gas. Cada vez que pensamos en ella, abrimos más la espita aumentando la llama del miedo que va devorando la tranquilidad y haciéndose menos controlable, creando así el “miedo no sano”, el que angustia y limita la libertad de la persona que lo padece.

Si no se afronta el miedo, se cae en la conducta de evitación o huida. Dicha conducta va forjando una especie de “cárcel de seguridad”, lugar donde la persona siente alivio de sus síntomas, un alivio aparente porque encierra a la persona en un circuito cerrado en el que se ve atrapada, pasando más tiempo en la cárcel que en la vida, y ni siquiera, así siente consuelo.

Obviamente, el manejo del miedo dependerá de a qué tenemos miedo. No es lo mismo miedo a volar (es algo que se puede evitar, siempre que no sea necesario por la profesión), que miedo a salir de casa (sin duda más complejo). No es lo mismo miedo a las grandes serpientes (cuya probabilidad de encontrarse una es escasa en nuestro medio), que miedo a los perros.

Cuando el miedo es irracional no guarda coherencia con la realidad o no tiene explicación a través de la lógica, se proyecta hacia un objeto o un lugar en un intento de racionalizarlo.

¿Qué hacer con el miedo?

  • De acuerdo con la intensidad de los síntomas se valora si precisa ayuda farmacológica. Es importante minimizar la sintomatología física ya que eso ayudará al tratamiento psicológico.
  • Según la historia personal del miedo se elabora la estrategia psicológica a seguir.
  • Se enseña técnicas de relajación y de control mental para que pueda paliar los síntomas, así como reforzar la confianza en los nuevos recursos que aprenderá, sintiendo que participa activamente en su curación.
  • Encontrar el temor que se refugia en el miedo para transformar la forma de afrontarlo, de manera que se gane seguridad y ya no sea necesario el miedo para proteger el temor.
  • En algunos casos es importante encontrar una motivación que ayude a trascender el temor en una experiencia vital. Algo que sea más importante que el propio temor.

Victor Frankl, padre de la Resiliencia, fue un psiquiatra judío que estuvo en varios campos de exterminio, entre ellos Auswitz. Según él, no se salvaron de aquel infierno los más fuertes, ni los más cultos, ni los mejor preparados, sino aquellos que tenían una motivación más allá de su propia vida: “Cuando salga escribiré un libro”, “Cuando salga veré a mis hijos”, “Cuando salga contaré esto al mundo”.

“No es valiente quien no tiene miedo, sino quien sabe conquistarlo“ Nelson Mandela

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